miércoles, 28 de enero de 2015

"Una hora de vida es aún vida"

Y ellos dijeron: "De ahora en adelante no
responderéis por vuestro nombre. Vuestro nombre
es vuestro número”. Y la desilusión, la decepción y
el desaliento que me invadieron, me hicieron sentir
que yo ya había dejado de ser, para siempre, un
ser humano.
Lilly Appelbaum Lublin Malnik


Llego un día tarde, quizás 25 años, quizás 70 o quizás nunca haya sido tarde para esto.
Todavía me acuerdo de esa mañana. Hacía frío, todavía era octubre pero ya hacía frío. Me subí al autobús con ganas de saber, de conocer, de ver, pero sobre todo, de sentirlo. El camino hacia allí duraba una hora aproximadamente, y una hora aproximadamente fue la que estuve sin poder articular palabra. Mis ojos, mis oídos, no paraban de intentar comprender todo lo que estaban viendo y oyendo. Testimonios, imágenes, vídeos…la pantalla me contaba poco a poco el terror que en breves pisaría.
Y…allí estaba. Ése del que tanto había oído hablar. Ése que ojalá nunca hubiera existido.
La guía nos dirigió hacia la entrada. La famosa entrada. Y ya sentía frío. Más del que las bajas temperaturas podían ofrecerme.
Crucé el portalón y las palabras "Arbeit macht frei" desaparecieron a mi espalda. Varios barracones nos esperaban junto con las miles, millones, de historias que tenían que contarnos.



Han pasado ya 3 años y medio y me sorprende ver cómo soy capaz de recordar prácticamente cada instante que estuve allí. Cómo en mi memoria todavía permanece esa ropa de bebé que consiguió hacerme derramar una lágrima en uno de los lugares que más habrá visto derramar. No dejaba de preguntarme cómo alguien podía odiar a un bebé. A tantos miles de bebés.
A tantos miles de personas.
Todavía se me acelera el corazón cuando mis ojos vuelven la vista atrás para repasar una por una todas esas trenzas, coletas y melenas. Los zapatos de todas las tallas y estilos posibles. Tantas y tantas personas diferentes, llenas de vida, juzgadas como una sola por algo que ni siquiera era delito.
Y vuelvo al autobús.
Y mis emociones vuelven a calmarse. La vida real ha vuelto. Mi cabeza sigue en el campo. Y el día todavía no se acababa.
Los raíles marcan el camino. Entramos en AuschwitzII-Birkenau. Más de lo mismo diréis. Nunca es suficiente.
La vista no me alcanza para ver el final. Un barracón tras otro, uno tras otro, uno tras otro…
Allí “vivían”, allí morían.
Recorrimos un poco el lugar mientras la guía nos iba contando cómo era la rutina del sitio. Cómo intentaban sobrevivir.
Y ya se hace de noche, toca volver al autobús. Pero ya no era la misma chica que esa mañana, luchando contra el frío, buscaba el lugar donde coger el bus hacia Oswiecim. No podía serlo.
Debo confesar que esa noche tuve pesadillas y el campo me acompañó toda la noche.

Debo confesar que no me gusta hablar de Auschwitz sabiendo que, aunque con otro nombre o sin él, hoy sigue habiendo comportamientos parecidos. Con otro tipo de personas. De una manera más sutil. Y todos callamos. Como hicieron durante 1940. Antes. También después.
Debo confesar que no sabía si publicar esto o no porque sé que, por mucho que un trozo de Auschwitz me acompañe siempre, los supervivientes no quieren hablar de eso. Sé que no sabemos ni la décima parte de lo que allí pasó. Sé que igual no resistiría saberlo. Creo que no quiero saberlo.
Pero lo he publicado. Porque aunque sea la décima parte. Aunque sea una más de las millones de personas que han visitado el lugar esto no tiene fin. No puede parar. No puede olvidarse nunca. Y no puede repetirse. Jamás.

 “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños.”-Cicerón

Jesica

No hay comentarios:

Publicar un comentario