- ¡Chica! ¡Es increíble! Después de más de veinte años
juntos, va la tía y le dice a mi hermano que se enamoró de otro hombre. Que a
él lo sigue queriendo pero que se va con el otro.
-¡Pero bueno! ¡La mato si me dice eso!¡Qué zorrita! Desde
luego, con lo simpática que parecía, siempre tan atenta con tu madre y con los
críos… Al final las que aparentan ser más buenas son las peores.
-¡Pues ya ves! El que más pena me da es Luis. El pobre
tiene que estar destrozado. Me contaron que hace un mes la vieron
tomando un café con su nuevo ligue. Creo que es más joven que ella, a lo mejor
se piensa que se rejuvenece por estar con él… ¡Es una vergüenza!
¡Una
vergüenza! Nada más y nada menos. Yo sí que me avergüenzo cuando hay
conversaciones como ésta y mi vergüenza aumenta cuando intentan hacerme
partícipe de las mismas. Aunque claro, supongo que a quién esté leyendo al otro
lado le costará imaginarse la situación. No es muy habitual escuchar estas
cosas (Nota: Estoy siendo irónica, of course).
Ya
no voy a meterme con el machismo que se desprende de los diálogos,
que de por sí ya constituye un buen tema para tratar en el blog. Quiero hablar
de las infidelidades. Infidelidad. Ese tema
tan recurrido en las conversaciones triviales, en las trascendentales,
en las íntimas, en las de borrachera, en las de cotilleo...etc, etc, etc.
¿Cuántas
veces os han preguntado-o habéis preguntado- si perdonaríais una infidelidad?
¿Una vez? ¿Veinte? ¿Cincuenta? Y aquí es donde nos llenamos la boca: - ¡Jo, jo, jo!¡Qué le den! Yo no podría
perdonarle jamás. Si estuviera realmente
enamorad@ no me habría engañado. Y digo yo: ¿Enamorad@? ¿Eso qué es? ¿Qué
es el amor? Si no es para siempre, ¿No es amor?
Todo
es muy simple comparando a las personas con manzanas (Nota: Todo lo hago por
hablar de las manzanas. Me encantan las manzanas). Antes de dejar volar por
completo mi imaginación os prometo que soy una persona bastante cuerda. Sé que
much@s pensaréis que “se me fue un poco la olla” (Nota: Probablemente tengáis
razón).
Voy
a contarlo en primera persona, así le aporto ese "toque de Blog" a la historia.
Unas líneas más arriba ya dije que me encantan las manzanas. Desde
que probé unas Golden que le sirvieron al frutero de mi barrio, me enganché a
esa clases: verdes, con el tamaño perfecto. Cada semana iba a la tienda y
compraba mi provisión de manzanas. Todo iba bien, unas semanas estaban más
caras, otras me las encontraba de oferta, pero siempre igual de ricas. De
repente, un día me supieron diferente. Ya les había visto una pinta
distinta cuando Carlos (os presento a mi frutero) me las echó en la bolsa.
Estaban más amarillas, como si hubiesen llegado más maduras. –Puede que sea eso, pensé. Demasiado maduras.
A la
semana siguiente, la misma mala pinta. Le dije a Carlos que intentara escoger
las que estuvieran más verdes. Así lo hizo, pero yo seguía sin encontrar el
mismo sabor, textura… -Será la época,
pensé. No me di por vencida, después de todo, valían para comer y es normal que
no siempre estén igual de perfectas. A la semana siguiente esperaba encontrarme
ya con mis ricas manzanas, que hubiese llegado un nuevo pedido y que tuvieran
esa pinta tan apetitosa. Pero no. Tercera semana con mis ilusiones fallidas. -¿Qué pasó con las manzanas Golden? Le
pregunté a Carlos. - ¿Con las Golden? No
sé, ¿Por qué? ¿No estaban bien la semana pasada?- No, ya se les ve que
están más amarillas y tienen menos agua.- Pues no puedo decirte por qué. Las
sigo vendiendo igual o incluso más. Volví a mirar a las manzanas pensando
en si darles otra oportunidad y Carlos apuró mi decisión. -¿Por qué no pruebas estas otras? Si te gustan poco maduras y con agua,
éstas te encantarán. – La verdad es que tienen buena pinta. -Está bien, dame
media docena.
Cuando
llegué a casa descubrí que el frutero tenía razón. Estaban tan buenas como las
Golden del principio. Ummmm ¡Cómo me gusta comer una buena manzana! A la semana
siguiente ya pedí directamente Royal Gala. -
¿Seguro que no quieres llevar alguna de Golden? La semana pasada me llegaron cajas nuevas a las dos horas de que te
marcharas. (¡Vaya!¡ Justo cuando decides cambiar vuelven tus manzanas!) Vuelven a estar como a ti te gustan ¡Mira
qué pinta! -No, da igual. Dame de las
rojas que estaban muy buenas. Prefiero no arriesgarme.
Mientras
tanto, intervino una de las clientas de la frutería: -Siempre comprando Golden y de la noche a la mañana te pones a comprar
otra clase… ¡Con la pinta que tienen las Golden!
Es
cierto que las Golden tenían buena pinta, pero después de haber probado las
otras, me apetecía cambiar una semana más. A partir de ese día podían pasar
varias cosas: Que nunca más comprara manzanas Golden; que las Royal Gala subieran de precio y decidiera volver a decantarme por las Golden; Que me aburriera de las
Royal Gala, de las Golden y me animara a
probar las Granny Smith que brillaban en una de las cajas superiores.
Puede
que os resulte absurda (y de loca) esta comparación con las infidelidades de
pareja. Sin embargo, creo pueden extrapolarse perfectamente muchos de los
pensamientos y comportamientos con las manzanas a las relaciones, al menos en mi manera de verlo. Vuelvo a lanzar preguntas, ¿Qué ocurriría si las manzanas Golden no hubiesen
empezado a ser diferentes? Yo, probablemente no habría cambiado de clase. En el
amor ocurre lo mismo. Es muy difícil que las manzanas que te han gustado desde
siempre te sigan agradando igual. Hay muchos factores que entran en juego: el
estado de maduración, tu propio gusto, la facilidad que tengas para ir a la
frutería, etc. Puede que no estuviese tan adicta a las Golden y decidiera
cambiar sin más (aunque las manzanas supieran igual). Puede que hubieran
cambiado de sabor y aún así seguirme gustando. Esto último debe de ser lo que
les pasa a las parejas que viven felices y “enamoradas” toda la vida. Serán
pocas pero como as meigas “habelas hailas”.
Antes
de que se os pase por la cabeza eso de que “estos
cambios que se hacen hoy en día son cosas de la nueva era” os digo: ¡Por
favor! ¡Seamos inteligentes! Puede que sean cosas de la nueva era pero, en vez
de lamentarnos, demos gracias de que así sea. Antiguamente las cosas eran
diferentes, se encontraba una clase de manzana y no se podía andar cambiando, al menos así se enseñaba. En consecuencia, miles de parejas viven
infelices en una vida que no les llena. Y digo yo: ¡Qué pena! ¡Con lo que presta tener en la nevera
tus manzanas favoritas para disfrutar de ellas cuando te apetezca!
No me gusta
cuando se habla a la ligera de “poner los cuernos”. La visión alarmista de la
infidelidad forma parte del pasado y no podemos condenarla sin más. A lo mejor
hay que empezar a compadecerse de la persona que es infiel ¿Por qué es infiel?.
Yo
digo si/no a las infidelidades y a los celos. Debes estar con quién realmente quieras
estar y no desconfiar de tu pareja. Si sois felices no habrá problemas y si hay
problemas no los vas a solucionar desconfiando. Con los años he roto con esa
visión del amor eterno.
El “sin ti no soy nada” es mentira. Personalmente disfrutaré del amor mientras lo haya, dure lo que dure
(horas, días, meses o años). Si se va… déjalo ir, ya volverá.
Ahí
lo dejo. Me voy a comer una pera. No quiero saber nada de manzanas durante un
tiempo…
Iria
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