miércoles, 29 de enero de 2014

Para ellas

Siempre empiezo explicando el porqué de cada publicación que hago. Siempre hay un porqué para escribir lo que escribo, y no otra cosa diferente. No me siento en una silla a estrujarme la cabeza entre las manos deliberando sobre las maravillas que aquí podría relatar, sería una opción, aunque poco productiva seguramente, pues suelo funcionar mejor por impulsos (que nunca medito).

En estas dos últimas semanas en las que hemos tenido el blog un poco abandonado, se me ha despertado un “no sé que” hacia las madres… esas MADRES heroínas que tod@s conocemos. Me daba miedo caer en un sentimentalismo exagerado o parecer un poco “ñoña” o incluso parecer machista, feminista o posicionarme de alguna manera y despertar una ira celosa entre los padres de este mundo. El caso es que tenía muchas dudas que se disiparon de vez este viernes cuando, tras una larga semana entre trabajo y estudios, llegué a casa de “mamá”, de la mía. La mujer lo tenía todo preparado para hacer freixós -porque sé que te gusta comerlos recién hechos y hoy tienes libre- (me dijo) Lo que en estos casos les da igual a las madres es lo dura que hubiera sido su semana, o los cansadas que puedan estar porque todo se les pasa con una sonrisa, en este caso, de su hija.

Lo de mi madre es un ejemplo en el que tod@s os podréis ver reflejados, si no es con vuestra madre, con vuestra abuela, vuestra tía, o cualquier mujer de esas que se desviven por su gente aunque no haya parentesco de por medio. No me refiero sólo a las madres biológicas como tal, puesto que hay mil vidas diferentes y mil mujeres que ejercen ese papel.

Estas navidades vi una película “La Soledad” de Jaime Rosales. Siempre que veo una película me quedo con algo, con una escena, con un personaje…no sé, siempre hay algo que se queda archivado en mi cabeza y que sobresale sobre todo lo demás. En este caso, os decidáis o no a ver la película, aparece una mujer de unos 65 años que representa perfectamente esa idea que yo tengo de madre heroína. Aparece de una forma tan natural y realista que desperté una ternura especial hacia ella desde la primera escena. Una madre que se desvive por sus hijas, sufre por ellas y por sus problemas, más de lo que sufren ellas mismas, y da absolutamente todo lo que tiene, deja totalmente de lado su vida. Yo me pregunto ¿Por qué? ¿Qué derecho tenemos l@s hij@s a que nuestras madres hagan todo eso por nosotr@s? El caso es que las madres heroínas lo harán igual…sufrirán igual…darán su vida y alma lo pidamos o no… y lo harán porque sí, porque nos quieren y así son felices.... o no.

Esas mujeres que abren de par en par las puertas de su casa, que dan de comer a quien haga falta, sean 15, 20 o 30; que se dejan las uñas trabajando y darían todo lo que tienen si algún@ de sus hij@s lo necesitase. No importa lo enfermas que estén o los dolores que tengan que, mientras conserven algo de salud, seguirá siendo más importante lo que les pasa a los demás que a ellas mismas. Esas mujeres que lo primero que hacen cuando intercambio cuatro palabras con ellas es hablarme de sus hij@s orgullosas, de lo buen@s que son, de los trabajos o aficciones que tienen (últimamente más lo segundo)… siempre con esa luz en la mirada. Mujeres que han sufrido por dentro el triple de lo que sufrimos nosotr@s cuando tenemos algún problema, y que muchas veces maldecimos porque están demasiado pendientes de lo que nos pasa…. Etc etc etc… Uff! Qué responsabilidad…  Las veo desde fuera y sinceramente, ni siendo hombre, ni mujer… creo que jamás sería capaz de sacrificar y luchar tanto como lo han hecho ellas desde siempre… Por esas madres, tías, abuelas, vecinas, amigas…

Por ellas… para ellas… GRACIAS
Iria


lunes, 13 de enero de 2014

Y, poco a poco, escribieron su historia...

Pocas personas consiguen enseñarnos cosas que nunca olvidamos y que se quedan dentro, de esas que pase lo que pase nunca cambias. Y ellos, sin saberlo, sin quererlo, me enseñaron una de las cosas más importantes para mí. 


Era guapa, pero guapa, guapa. De esas que a primera vista no llaman la atención pero que, sin saber cómo, te obligan a volver a mirar, a comprender esa mirada, a verlas realmente hermosas.
Pero no sólo era guapa, era fuerte. Una mujer luchadora, con carácter y con un corazón enorme.

Era tozudo, y con los años, como todo, se volvió más testarudo aún. Pero era bueno. Y eso era lo importante.

Se enamoraron. Quizás no al principio, pero aprendieron a quererse y lo demostraron hasta el final.

Fueron una familia, de esas grandes, de las que si el jersey se puede apañar, se apaña. Sí, ya os imagináis, de esas en las que se aprende a compartir, a la fuerza pero también porque uno quiere. De las que enseñan lo que realmente importa.

Trabajaron mucho, demasiado. Pasaron por las cosas malas de la vida pero sonrieron hasta el final. Juntos.

Pasaron los años, los niños, que ya no eran tan niños, se empezaron a ir. Y volvieron a ser dos. Como al principio pero al revés. Y aprendieron a ser dos de nuevo.

Pero la vida siempre nos recuerda, con lo bueno y con lo malo, que es efímera. Que así como viene, se va. Y esta vez, decidió irse lentamente.

Seguía siendo guapa, con una piel suave pero arrugada. Seguía sonriendo. Pero su mirada había cambiado.
Seguía siendo tozudo, pero ya no se acordaba.
Seguían siendo dos enamorados, pero ya no lo sabían.

Él empezó a olvidarse de las luces, de la tele, de los nombres...hasta que se olvidó de ella.
Ella no pudo soportarlo. Y cuando la mente falla, el cuerpo la sigue. Y sus piernas dejaron de andar. Los paseos se acabaron. Los días se volvieron más monótonos. Los ojos más cansados. La pena más grande.

Ella decidió intentarlo. Pero a cada intento, un trocito de su vida se iba rompiendo poco a poco. Y prefirió no saber lo que era una vida sin él.

Él se apagó. Ella dejó de luchar. Y juntos abandonaron a esos niños que ya no eran niños dejándoles lo mejor que tenían, lo único que esta vida les había enseñado, el amor, el amor hasta el final.




Jesica