No me pongas caras tristes cuando necesite tu sonrisa.
No te compadezcas de mí. Ya me he compadecido yo.
No me pongas límites. Yo sé hasta donde puedo llegar.
No me trates en función de cómo crees que me siento. Sólo yo
sé como me siento.
NO A LA COMPASIÓN DRAMÁTICA
Apenas utilizo la red social del pajarito pero hace unos
meses me encontré en el twitter de Marwan con esta cita de Josefina Aldecoa y
se me ha quedado grabada en la memoria:
“Siempre me ha sorprendido la dificultad que el ser humano
tiene para soportar las molestias cotidianas y la valentía con que afronta las
situaciones excepcionales”
Algo tan increíble como cierto. Dicha reflexión desfila por
mi cabeza continuamente. En relación a las dificultades de los demás... ¿Cómo nos
relacionamos? ¿Cómo nos apoyamos? ¿Cómo nos ayudamos?
Hace tiempo que quería escribir sobre esto en el blog. A
veces creo que me tendría que haber dedicado a estudiar seriamente psicología porque
hay que ver… ¡La de horas que me tiro pensando en las personas! Intento entenderlo
todo, como si cada uno tuviese una razón para actuar como actúa, para ser como
es.
Ahora bien, la forma
en que nos relacionamos con las dificultades de los demás me trae de cabeza. No alcanzo a entenderlo. Hay algo a lo que no le encuentro explicación: LA COMPASIÓN DRAMÁTICA.
SÍ, sí, la compasión, la preocupación, el consuelo. No en un
grado normal. Esa compasión dramática que a todos nos han mostrado. Esa que
tiene la mirada del gato de Shrek, la cara triste. Esa misma compasión que
incide en el problema: “¡Joder! ¡Qué bajón! ¡Qué desgraciada eres, ya se te nota que
tienes mala cara. La vida es una mierda y yo me hundo contigo”.
¿Sabéis qué provoca en mí esa compasión? Mentir. Mentir o
llevar a terapia a mi interlocutor para ayudarle a superar mi problema. Al
final, nos sentimos en la necesidad de dramatizar, pero hacia el extremo
contrario (lo hago habitualmente con mi madre que, desde el cariño, es un poco
dramática): “Si no pasa nada, estoy súper bien, todo es chachiguay y tiene
fácil solución”
Yo soy de otro tipo de compasión. Esa de silencio, de mirada
esperanzada, de tacto, de sonrisa. Creo en la balanza. Puede que a veces se me
vaya de madre tanto optimismo pero para mí la vida consiste en una cosa: Equilibrio.
No es que no me duelan los problemas ajenos pero sé seguro que quedarme en el
“lo siento mucho” de poco va a servir. Así que además de sentirlo mucho miro a
la balanza. Si se inclina hacia el lado malo, intento poner de mi parte para ir
echando pesos en el lado bueno. Por más
que nos duela, el lado malo va a seguir ahí y por más que queramos tirar pesos
fuera no lo conseguiremos. Por ello creo que es mejor compensar.
Cada persona tiene una súper heroína dentro a la que
recurrir. La valentía de la que hablaba Josefina Aldecoa, esos superpoderes
para enfrentarse a lo que haya preparado la vida. La muuuuy….. (me refiero a la
vida) nos pone a veces limitaciones que nos obligan a reinventarnos con el
riesgo de que alguien ajeno piense… ¡Pobrecita!. No creo en
los límites personales y por eso me enfada muy
mucho que sean los demás quienes los establezcan. Ayer se me hinchó la vena tras cruzarme con lo que yo bautizo “radar de capacidades ajenas”. Por
favor! Si alguien no es capaz de hacer algo no apliquemos compasión dramática. Esperemos que sea esa persona la que decide hasta donde puede llegar. Cada persona buscará una alternativa, puede que sea difícil pero al menos dejemos que lo intente.
Lo bueno de escribir es que tras unas líneas equilibro mi
balanza y me siento un poco más feliz. Y
recordando la maravillosa “into the wild”
“La felicidad sólo es real cuando la compartes”.
Por eso me gusta escribir en el Blog.
Iria
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