Perderte siempre ha sido
uno de mis mayores temores. Perderte pero sin perder todo lo que me une a ti. A
menudo solía levantarme con los ojos llenos de lágrimas tras haber soñado que
te marchabas, que me marchaba, que se marchaba nuestra complicidad, nos marchábamos sin rumbo hacia otro rumbo. Fui comprobando que ninguno de estos temores y pesadillas tienen sentido. Lo comprobaba buscándote en tu lado de la cama y acomodándome a ti, como piezas de Tetris que se unen (y que nosotros deshacíamos a los 30
minutos cuando empezabas a revolver las mantas). Reconozco que odiaba que tu despertador
sonara 20 veces, que me pidieras (balbuceando dormido) que te calentara el café
y encontrármelo frío al salir de la ducha,
mientras tú seguías calentito bajo la cama, remoloneando 5 minutos más.
Con el paso de los años había comprobado que mis
pesadillas y temores no eran más que preocupaciones inútiles: preocupación de
que nos pudiésemos hacer daño, preocupación de que nos faltase entendimiento, preocupación porque nos fuese mal la convivencia. Ahora, cada
vez que echo la vista atrás, me doy cuenta de que si todo nos ha ido tan bien es
porque nunca nos hemos preocupado seriamente de nada. Nos hemos limitado a vivir.
Recuerdo como al mes de conocerte me dijiste que jamás
podrías prometerme que me querrías siempre. Llegaba a casa intentando
comprender todo lo que me decías: que el amor no existía, que no podías
garantizarme que fueras a seguir conmigo, que era muy probable que en un par de
años estuviésemos con otras personas o viviendo solos. Decía que el problema de la mayoría de las
relaciones era no tener presente esta realidad, que el mayor amor que tú
contemplabas era el presente. Aquí y ahora. Tú y yo compartiendo momentos de felicidad.
Han pasado 12 años y 3 meses y cada vez que pienso en ti y
en tus “ideales románticos” se me pone una sonrisa; la misma que se me ponía
cuando apenas te conocía y llegabas al bar donde parábamos, la misma que se me pone cuando te veo
dormir, la misma que se me pone cuando escucho las improvisadas notas de voz
que me mandas por whatsapp; la sonrisa que esbozo cuando se abre la puerta
del aeropuerto y estás allí para recogerme, o para despedirme mientras entonas entre
risas el “dont worry be happy”.
A día de hoy vuelven mis temores y no estás en tu lado de la cama para abrazarte, no es
nuestra ciudad, nuestro hogar, nuestro rincón, nuestro mar. No tengo a mi compañero insustituible de
batallas, pero cada día me repito que durante mi estancia en Alemania
no puedo dejar que mi sonrisa se apague en ningún momento. La vida nos ha
llevado por estos caminos mientras luchamos por nuestro futuro. Sé que lo
importante es que cada día disfrutemos con lo que estamos haciendo y eso es lo
que cada día hago. Bueno, eso y echarte un poco de menos…
Pongo el primer corto que sacamos adelante en la universidad, el tema viene al caso y... quedé orgullosiña de como quedó.
Feliz domingo!
Feliz domingo!
Iria